The Dig / La excavación
© Netflix
El color tierra y las tonalidades de pintura clásica. La nitidez de la imagen juega fantástico con una serie de planos generales bien ejecutados. Pero lo más significativo, y que constituye la firma de la cinematografía de esta película, son los viajes de la cámara en mano, evadiendo el uso de estabilizador en escenas con luz fría, sea a espaldas de los personajes o bien de frente, que evocan el estilo del filósofo del cine Terrence Malick, combinado muchas veces con travellings bruscos en dirección al rostro, concluyendo en nerviosos primeros planos, pero mayoritariamente en movimientos circulares o semi circulares.
A modo de metáfora del argumento principal, la cámara tiende a enfocar a los actores en planos medios o incluso mucho más arriba de la cintura, como diciendo: esta película se trata de un tesoro enterrado, de la muerte y de lo que no se conoce completamente; lo último se refuerza, a parte del tesoro mismo, con la incertidumbre de la guerra en ciernes y la fascinación del pequeño hijo de la protagonista con las estrellas y el cosmos, ejemplos por antonomasia de lo desconocido.
A medida que la historia transcurre, la muerte no solo acecha la vida de la protagonista, sino que se ve pasar periódicamente en la forma de aviones de combate, desde un plano general en contra picado, a partir del suelo cercano a la excavación.
Suele ser la música quien cuenta la historia paralela en una película —con un lenguaje distinto al guión hablado y a la actuación—, pero en este film es la estética visual quien replica, en forma sublime, los hechos más trascendentes de la obra.